Dos Miradas y un Corazón Partido

Teabaldo Nina, natural de Moquegua (Perú), estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima, y egresó de ahí en 1988. Ésta muestra (su décimosegunda individual), reúnió una variedad de trabajos en óleos y acuarelas.

Comparto con ustedes fotografías de su exposición presentada del 10 al 31 de Diciembre de 2010 en la Galería Municipal de Arte Pancho Fierro; Ubicado en el Pasaje Santa Rosa 114, Plaza de Armas, Centro Histórico de Lima - Perú. Fotografías: Walter M. Prado S.

Constituida en dos partes, la primera tiene como tema principal el paisaje y el retrato. Los óleo-retratos que muestra pertenecen al álbum familiar. Los óleo-paisajes reflejan los lugares recorridos, entre viñedos, terrazas e interiores, evocando la eterna paz. No podían faltar las acuarelas, que capturan la mirada como lo haría una fotografía recreada por la humedad y el tiempo.

La segunda parte está dirigida hacia su yo interior, es una “segunda mirada” donde resalta dibujos de corte personal que se entrelazan muy bien “con la idea de familia que transmite el conjunto de obras y no es más que el profundo amor por la naturaleza y la superación del hombre”.

Autor: Teobaldo Nina. Exposición presentada del 10 al 31 de Diciembre en la Galería Municipal de Arte Pancho Fierro; Ubicado en el Pasaje Santa Rosa 114, Plaza de Armas, Centro Histórico de Lima - Perú.

Cuando estudiaba en el colegio, Teobaldo Nina terminó decepcionado al intentar pintar, por vez primera, una rosa. A la flor le faltaba color y volumen. A él le parecía sencillo entonces ver cómo un pintor de brocha gorda, parado sobre una escalera, pintaba un Condorito sobre la fachada de un restaurante. Luego entendió que necesitaba algo más que su destreza natural para el arte.

Bendición de abuela, entre parrones y paltos se anuncia al nuevo ser.

Las acuarelas de Nina son “sueltas”, transparentes y suelen reproducir paisajes donde la nostalgia es una constante. Original de Moquegua, el artista traduce en su acuarela la distancia del terruño donde la paz se recuesta con dulce abandono en las tardes asoleadas o en crepúsculos encendidos, pero siempre calmos. El empleo del color parece obedecer a la misma consigna y así se produce una especie de estado anímico que acoge al espectador hasta convertirlo en elemento vivo de una misma añoranza.